12/4/10

Adicciones


Ante mi extraña problemática no pude hacer otra cosa que ir a la consulta de mi médico, a la espera de que él me pudiera dar una respuesta a esa enfermedad que día a día se iba incrementando en mi ser.
-Doctor, no duermo, pierdo las ganas de comer, tan solo bebo agua en algunas ocasiones y me siento terriblemente cansada... -comenté.
-Ahá
-Doctor...creame, estoy enferma -insistí.
-¿Pero qué es lo que ocurre exactamente? ¿A qué dedica su tiempo? -me preguntó.
-A leer, no puedo parar de leer...
Abrió los ojos como platos, su labio inferior empezó a caer hacia el suelo de la habitación, y sus manos se agarraron con fuerza al borde de la mesa. Todo su cuerpo se tensó.
Poco a poco acercó sus manos a su cara, se quitó las finas gafas y se apartó los mechones que caían sobre su frente.
-Señorita, me cuesta asimilar su circunstancia. ¿De verdad la lectura se ha convertido en una adicción tan fuerte como una droga? -cuestionó aún con su cara de sorpresa.
-Eso parece. Necesito ayuda, tan solo me nutro de palabras, no lo puedo evitar. Siento deseos de empaperar mi habitación con frases, parrafadas y diálogos de cada libro... Deboro las páginas con ansia, no puedo dejarlo -suspiré.
Se frotó de nuevo la frente nervioso. Cerró los ojos para calmarse y me miró fijamente los ojos inyectados en sangre por las horas de lectura con poca luz que habían pasado al llegar la noche.
Cogió su libreta de recetas y anotó algo rápidamente. Me alargó el papel una vez firmado.
-No se preocupe, la terapía le saldrá gratuita. Ahora ya puede marcharse.
Me fui de la consulta sin apenas fijarme en el papel escrito, delante de él debía controlarme, pero al cruzar la puerta de salida lo leí.
"Tres puestas de sol a la semana, dos horas de paseo por la montaña cada día. Esto es lo básico. Por lo demás, recuerde hacer de su vida el mejor de sus cuentos"
Sonreí, ese doctor, pese a no estar licenciado en medicina, era el hombre más sabio que conocía.