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Ojos teñidos de rojo brillaban con desesperación en mitad de la calmada noche. La expresión de su rostro era indescriptible, pero sobre sus mejillas rodaban un par de lágrimas que parecían de sangre.
Su presencia y sus gritos rompieron la calma, ¿tan atroz era el dolor que expresaba? ¿Tal era la rabia que en su corazón albergaba?
Empezó a correr de un lado a otro dando saltos, como los de un bailarín profesional. Sus movimientos seguían un ritmo, cómo si por una extraña melodía estuviese poseído. Y así era, la melodía provenía de su interior y lo movía.
Cualquiera que lo hubiera visto pensaría que el misterioso bailarín estaba loco por danzar en plena calle, pero no estaba loco, en su corazón sentía la necesidad de desplegar sus alas y volar, la rapidez de sus movimientos y sus continuos saltos que lo mantenían suspendido en el aire durante un largo período de tiempo, hacían que el viento le golpeara la cara.
Su desesperación empezó a transformarse en alegría, dando paso a una modulación de la melodía que indicaba ese cambio. De sus primeros violentos movimientos, pasó a tratar cada trazo proveniente de su cuerpo con gran delicadeza.
Poco a poco, con un último accelerando, acabó su función.
Las sangrientas lágrimas se habían vuelto invisibles, la inexpresividad de su rostro había dejado de existir, ahora el bailarín solitario y misterioso sonreía.



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