9/8/08

Nuevas Voces...

Cansada de andar sin rumbo, en dirección hacia ningún lado, me senté bajo la sombra de un árbol, entre sus raíces. Apoyé mi espalda contra el tronco, consciente de que me hallaba junto a uno de los seres más sabios que existían.
Sí, los árboles son más sabios que las personas. Su vida larga y calmada les enseña a lo largo del tiempo grandes cosas que el ojo veloz y egoísta del humano es incapaz de ver.
Toda mi vida había admirado la sabiduría de los árboles, pero nunca me paraba a escucharles (tal y como Pocahontas pedía en la película de Disney).
Procuré calmarme, llevaba tiempo siendo empujada a avanzar sin descanso, y nuestro espíritu, nuestra alma, también necesita un período de tranquilidad y reposo.
-Vaya, pese a todo lo sabías.-dijo alguien cuya voz provenía de arriba de mí, levanté la cabeza y no llegué a ver a nadie. Pensé: “me lo habré imaginado”.
-No te lo has imaginado, estoy tan cerca de ti que hasta me estás tocando.
Sobresaltada, lo comprendí, solo yo podía escuchar esa voz. Me hablaba el árbol.
-Disculpa mi ignorancia, pero nunca había escuchado a un árbol hablar.
-Tampoco te habías parado nunca ha escucharnos, nunca nos habías abierto un canal de comunicación ni te preocupabas por ello. Escondes mucha sabiduría y lo sabes, pero tenías demasiada prisa por arreglar el mundo. Te has sobrecargado, necesitas descansar.
-Es necesario no rendirse, nadie lo hará por nosotros!
-Pero sigues acelerando las cosas como si jugaras deprisa a un juego que ya conoces. Deja que las cosas transcurran con el tiempo que necesiten, tu eso ya lo sabes, pero no lo aplicas. Quédate un tiempo con nosotros, aun tienes mucho que aprender. Deja que te enseñemos.
-Tenéis razón, aún desconozco muchas cosas, enseñadme aquello que me queda por aprender, os lo suplico!
-Calma, joven. Principalmente tienes que aprender a fortalecer tu paciencia. Pero lo primero es lo primero, ahora toca descansar.
De ese modo, pase una temporada con los árboles, dejando que su sabiduría llenara mi alma. Aprendí a ser paciente, a esperar y a admirar el silencio, a escuchar sus voces y a abrir mi alma a nuevas oportunidades. Con paciencia y espera dejé que en mí algo siguiera creciendo.